Hoy mismo mi amigo Oscar Paredes, ahora que paso a su negocio de libros usados (donde curiosamente he adquirido el libro Adiós a las trampas, FCE, 2002, con dibujos de niños)  me ha preguntado qué opino de lo del Sistema Nacional Anticorrupción (SNA), pero él mismo se responde, y tal como lo sienten los ciudadanos de a pie, manifiesta su total incredulidad en la iniciativa.

Otro amigo, Patricio Lima, con quien durante cinco años ocho meses hice un programa de análisis social, político y cultural (Controversias) en Radio Altiplano, y que fue presidente del Instituto Electoral de Tlaxcala a principios del siglo en que estamos, me ha dicho que la única reforma constitucional que el consideraría valiosa del gobierno de Peña sería precisamente la del combate a la corrupción.  Pero tampoco está muy seguro de que funcione.

Los acontecimientos recientes sin embargo han mostrado muy pronto que los enemigos de esta lucha, no están dispuestos a dejar que el SNA pueda empezar a funcionar aún con muchos obstáculos, porque saben que puede evolucionar y a mediano plazo sí poder ser una instancia que permita erradicar la corrupción, sobre todo si llegara a la presidencia de la república en 2018 alguien realmente comprometido para acabar con ese terrible mal, como se dice ser, por ejemplo Andrés Manuel López Obrador (quien menciona por ejemplo a la académica de la UNAM Irma Erendira Sandoval como una posible fiscal anticorrupción), para no pensar en personajes quizá ideales como Emilio Álvarez Icaza.

Ello es posible si tomamos como ejemplo la evolución del IFAI a INAI.  No por el cambio de siglas, sino por el hecho de que pasó a ser un órgano con autonomía administrativa, cuando nace, a uno con autonomía constitucional.  Y que si bien al principio su incidencia estaba acotada a la transparencia gubernamental, ahora ya se ha extendido a los otros dos poderes, el judicial y el legislativo, órganos autónomos y sindicatos.

No soy entusiasta del SNA y menos de los Sistemas Locales Anticorrupción (SLA), pero pienso, como Luhman, que la capacidad autopoietica de los sistemas podría hacer que evolucionen para bien y sus diferentes órganos funcionen a mediano plazo como esa herramienta que necesitamos para que no lleguen a los cargos públicos los corruptos; o sea esas personas que se aprovechan de su posición para beneficio personal.

Pero, repito, los que sienten que sus intereses están siendo atacados, políticos de profesión de casi todos los partidos, pero principalmente del PAN; PRI y PRD, obstaculizan ya la implementación correcta de lo establecido en la ley general correspondiente y cayendo en la omisión legislativa, a lo que ya nos acostumbraron, nuestros legisladores federales, han concluido su periodo de sesiones sin nombrar tanto al fiscal anticorrupción como a los magistrados del tribunal respectivo.

Y si eso está sucediendo en el proceso a nivel federal, es realmente aterrador pensar en lo que ocurrirá en varias, para no decir en la mayoría, de las entidades federativas.

Nada, absolutamente nada nos asegura que tal como está diseñado el SNA funcione.  Aunque tampoco que fracase. De un lado están los optimistas que piensan incluso en incidir aspirando con seriedad sobre todo al Comité Ciudadano del que habla la ley.  Del otro lado están los escépticos que ya no confían en una institución más del tipo.  Pocos se ubican en la mesura del, por un lado confiar en los expertos que construyeron científicamente la idea o por otro, en su momento, dar el beneficio de la duda a quienes sean nombrados; como el caso de Jaqueline Peschard.

Estoy totalmente seguro que la solución radical a la corrupción en nuestro país, como supongo puede ser en cualquier otro, y en otros casos como la contaminación ambiental, es generacional.  Los adultos, en su papel fundamentalmente de padres y de maestros, tienen que demostrar solidaridad intergeneracional y educar, formar a los niños en valores democráticos, principalmente el de la honestidad.  El de no hacer trampa.  En esa misma lógica tendría que trabajarse también con los jóvenes sobre todo los que estudian la universidad, porque en teoría de ese conglomerado específico saldrán los próximos gobernantes y funcionarios públicos.

Programas específicos para socializar, no sólo promover o divulgar, la transparencia, los derechos humanos y los valores democráticos, deberían estarse confeccionando ya para instrumentarse, insisto, de manera central en las escuelas.

Sí, un país sin corrupción es un anhelo, como deseo vehemente.  Utópico dirán algunos como si la utopía fuera un error.  En realidad de lo que hablamos es de construir un sistema político, social  y hasta cultural en el que la corrupción no sea tolerada. Es decir en la que los corruptos sean castigados y los honestos premiados.

E mail: ccirior@yahoo.com.mx

twiter: @ccirior