No hay duda de que frente a la ofensiva del presidente Trump, México necesita responder con unidad y pundonor. Pero la unidad nacional a la que nos convocan los poderes públicos y los individuos poderosos del país no puede asumirse como algo abstracto. ¿Nos llaman a unirnos en torno de los símbolos patrios y cantar el himno nacional? ¿Nos piden que respaldemos al presidente Peña, con independencia de las decisiones que han ofendido al pueblo mexicano? ¿Nos piden que nos apacigüemos mientras pasa la tormenta? ¿De qué unidad nacional nos hablan?
Reconozco que uno de los recursos más potentes para unir a una sociedad en cualquier momento de la historia, es la amenaza externa. Ningún argumento es más convincente para reunir a una comunidad que la identificación precisa de un enemigo inequívoco y común. Todas las naciones surgieron de la misma veta que hoy está explotando el Presidente de Estados Unidos con desparpajo y que, paradójicamente, nos está invitando a reproducir: el espíritu patriótico que quiere ver a México y los mexicanos como una amenaza para los estadounidenses, está despertando una respuesta similar entre nosotros. Nos convocan a hacer lo mismo que estamos criticando: unirnos contra el enemigo, echando mano de un patriotismo más bien cutáneo y retórico. “¡Mexicanos al grito de guerra!”.
Por supuesto que estamos ante una oportunidad para unir a México. Pero no rindiendo las banderas propias mientras enfrentamos la amenaza externa. ¿Cómo podríamos respaldar al gobierno mexicano, cuando fue este gobierno que convoca a la unidad quien entregó el dominio de la producción petrolera a las empresas que responden a los intereses del señor Trump? ¿Cómo apoyar de manera unánime a quienes han preferido pagar el costo político del aumento de las gasolinas para beneficiar a esas empresas, mientras escriben discursos apelando a la soberanía del pueblo mexicano? ¿De qué unidad nacional nos hablan? ¿De una que aprovecha los excesos del vecino para ocultar los propios?
De otro lado, hemos escuchado voces que nos invitan a relajar nuestras angustias, desde una posición privilegiada. El ingeniero Slim, por ejemplo, decidió saltar al escenario público para informarnos —en un tono frívolo, casi festivo— que el Presidente Trump no es tan peligroso como él se pinta y que acabará negociando con el gobierno mexicano. ¿Pero qué negociará? ¿Nuevas oportunidades para ensanchar la riqueza ya de suyo impresentable de uno de los hombres más acaudalados del planeta? ¿Nos pide el señor Slim que fortalezcamos la unidad nacional en torno del Presidente mexicano y de sus empresarios más ilustres, a costa de nuestra dignidad republicana, para hacer nuevos negocios con el negotiator gringo?
Si se mira con cuidado, esas personas no nos están convocando a la unidad en torno de un proyecto compartido para hacer frente a la crisis interna que podría desatar la ofensiva americana. No nos están pidiendo que ensanchemos de una buena vez las fronteras políticas, financieras, tecnológicas y culturales que nos unen con los mexicanos residentes en Estados Unidos y que pueden, por sí mismas, saltar cualquier muro que se construya entre los territorios de los dos países. No nos están pidiendo que nos unamos para hacer valer todas nuestras leyes, para detener los abusos que nos han postrado, para cerrar filas en torno de los más pobres y más vulnerables, o para bloquear los verdaderos riesgos de la seguridad nacional, que son internos. Nos piden que expidamos un cheque en blanco, arropados por la bandera nacional, sin estrategia, sin proyecto, sin hablarnos con toda la verdad.
Claro que debemos unirnos como mexicanos, aquí y allá, pero para reconstruir nuestra democracia lastimada y para imaginar el proyecto de país igualitario que abandonamos en aras de una ilusión que hoy nos cierra la puerta en la nariz.
Fuente: El Universal