Es cada vez más sorprendente la capacidad del Presidente Enrique Peña Nieto para ofrecernos temas y motivos poco ortodoxos de atención pública, de esos que además de atención provocan tensión. Incluso está logrando competir con los estándares de personajes históricos.

Y es que, por lo menos en los últimos 100 años, solamente Plutarco Elías Calles había tenido el mérito de unificar (aunque sea en su contra) a la cristiandad nacional para la intervención en asuntos públicos.

Siguiendo la fórmula, el actual Presidente lanzó al ambiente público un tema controvertido al abrir la posibilidad de incorporar la figura del matrimonio igualitario a la legislación nacional, disparando también diversos incentivos para hacer que el mundo  cristiano mexicano encontrara motivos de unión y colaboración para intervenir en lo público y oponerse al proyecto a través del recién creado Frente Nacional por la Familia (FNF).

No es un mérito menor. Lograr que esa masa gelatinosa y cívicamente perezosa que son los cristianos mexicanos empiece a unificarse y organizarse alrededor de cualquier tema público es un gran aporte que puede beneficiar al mundo de la participación cívica.

Ese difícil tema del momento, el del matrimonio igualitario, debería ser tratado con más tiempo e interlocución para que sea procesado de forma civilizada y en beneficio de todos. Sólo espero que las dos partes en oposición, los que promueven esa figura y los que no la quieren en la legislación, controlen a sus propias facciones radicales. Controlar a los propios demonios caseros debe ser una condición indispensable para el diálogo. Si las partes involucradas dejan que decidan sus fundamentalistas internos no se llegará a un término públicamente eficiente.

La principal dificultad que presenta el enfrentamiento entre fundamentalistas, en cualquier tema, es de orden operativo: no proponen con base en lo posible y conveniente, sino con base en lo ideal para ellos y en la visión ensoñada del mundo que esperan y ese estilo de pensar y razonar los orilla a propuestas radicales y con ideas de implementación sumamente difusas o de plano  irrealizables.

Los fundamentalismos sin control tienden a argumentar supuestos derechos que, en el fondo son lo que yo denomino “Hiperderechos”: premisas que rebasan la delimitación de los derechos y entran en el terreno de los caprichos.

Las decisiones o imposiciones vertidas desde los polos radicales contienen mucho riesgo a nivel práctico pues pueden arrastrar a la sociedad a naturalizar como normal la argumentación de los hiperderechos y, una vez que se entra en ese terreno, todo puede ser posible: puede justificarse como “legítimo derecho” el considerar como correcto que se le exija a las mujeres trabajadoras un “permiso” escrito de su marido para poder trabajar, con base en la defensa de la familia nuclear sólida y ordenada, pero también puede interpretarse como “derecho inalienable” que los hombres puedan formalizar su matrimonio con las gallinas si su amor entre ellos es suficiente y puro.

Por el gran riesgo de trivializar los excesos, la posibilidad de perder el piso de lo que son verdaderos derechos y su distinción de los hiperderechos y para no terminar en callejones sin salida es importante que en este conflicto la interlocución más prolífica suceda entre los centros más sensatos y no entre los extremos más rabiosos.

Pero no es este evento coyuntural lo más importante a analizar, sino el potencial de provecho para el mundo de lo público que está detrás: que nuestra pasiva cristiandad se sume por fin al mundo de la participación pública.

Lo peor que puede pasar es que se unan solamente para su lucha contra el matrimonio igualitario y, una vez terminado el episodio, retornen nuevamente a dormir el sueño de los justos.

Lo que está consolidándose desde el FNF puede ser un verdadero movimiento cristero totalmente re masterizado y re cargado, pues estamos hablando de un despertar del catolicismo nacional, en alianza histórica con las otras dos vertientes bíblicas más importantes del país. En el FNF está “Juntos por México”, que registra a las 70 principales organizaciones y movimientos católicos (con 92 millones de creyentes),  “Conciencia Nacional” y la “Iglesia Apostólica de la fe en Cristo Jesús”, de corriente evangélica (línea bíblica que reporta al menos 8 millones de fieles) y la “Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”, más conocida como “Mormones” (con al menos 2 millones de seguidores).

Si esta unión se mantiene y evoluciona puede representar un impresionante aporte y acelerador de la participación social en México. He afirmado en otras publicaciones, con base en cálculos personales, derivados del análisis del Registro Federal de Organizaciones de la Sociedad Civil y de estimaciones sobre organizaciones no registradas, que el número de activistas sociales incidiendo en políticas y temas públicos asciende a no más de 30,000 en todo el país (apenas el 0.025% de población).

Si, por ejemplo, tan sólo 1 de cada 100 cristianos (¡únicamente uno de 100!) se animara a realizar con plenitud su mandato de ser Sal y Luz del mundo (Mateo 5:13-16), lograra tener un despertar cívico y mantuviera su ánimo de participación en los diversos asuntos públicos que nos duelen como país, podríamos llegar a ser, en menos de una década, más de un millón activistas y se multiplicaría con mucho nuestra capacidad social de procesar y solucionar problemas públicos.

Un ejemplo: con todo y la limitada participación social actual, los que impulsamos la Ley 3 de 3 logramos reunir 634,000 firmas en unos cuantos meses y promovimos todo un aparato normativo anticorrupción para beneficio de México. Si contáramos con una cristiandad activa podríamos juntar esas firmas y más en un solo domingo y atender no sólo un tema a la vez, sino varios simultáneamente.

En verdad espero que el Frente Nacional por la Familia piense que más allá de una lucha por un triunfo legislativo aislado, lo que están haciendo puede tener importantes y valiosas repercusiones para el país. Pueden retornar a su sepulcro blanqueado otros 90 años o pueden atreverse a ser, ahora sí, ciudadanos de Luz y Sal entendiendo que: “… La construcción de ciudadanía en el sentido más amplio y la construcción de eclesialidad en los laicos, es uno solo y único movimiento” (Aparecida No.215).