Por: Fernando Balaunzarán

La corrupción en México es estructural y sistémica. La transición del régimen en el último cuarto del siglo pasado no sólo fue incapaz de desmontarla, sino que hizo partícipes de ella a las oposiciones recién empoderadas. Y es que no sólo es una fuente de enriquecimiento personal, sino también de financiación de la política.

Si al poder la corrupción  le es necesaria para su mantenimiento, reproducción y distribución, entonces el Estado no sólo es altamente  vulnerable a la incidencia y penetración del crimen organizado y sus cuantiosos recursos  económicos, sino que es además ineficaz para prevenirla y enfrentarla en los demás ámbitos y evitar su extensión en la sociedad. Por eso no extraña que México aparezca mal calificado en todos los indicadores, esté en último lugar de los países de la ocde y sea el número 103 de173 en el índice de Transparencia Internacional. La relación perversa entre poder y negocios marcó al régimen postrevolucionario –de manera exultante a partir del sexenio de Miguel Alemán (1946-1952)-, pero con la llegada de elecciones competidas, además de diversificar partidos y empresas, la volvieron apremiante para los contendientes. Ningún partido político es ajeno a la “estrategia” de atender y movilizar clientelas a las urnas, es decir, todos compiten con las reglas no escritas del viejo régimen. Por eso, las campañas resultan tan onerosas y abunda el dinero no fiscalizado…

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 Análisis de la Fundación Friedrich Ebert