El año próximo, las entidades federativas del país que llevarán a cabo comicios para renovar sus poderes locales, concentran el 37% de los pobres moderados y el 42% de los pobres extremos a nivel nacional.

Esta problemática se simboliza de manera inequívoca en la evidente crisis de credibilidad y confianza de la ciudadanía, no sólo sobre la clase política, sino sobre el orden sistémico.

Frente a esta circunstancia, el sistema de partidos tiene en el próximo proceso electoral, la oportunidad de refuncionalizar la democracia; fortalecer el empoderamiento del tejido social; y garantizar la representatividad del conjunto de intereses de la sociedad. Este es el gran reto del sistema político.

La democracia requiere conciencia social. No se puede pensar al Estado ni a la política, exclusivamente, como proveedores de servicios a la sociedad. Esta concepción limitada del ejercicio de gobierno, obstruye el horizonte comprensivo de la labor pública, ya que la precaria cultura política del tejido social, erosiona la conciencia y el sano activismo corresponsable de la ciudadanía.

Estas consideraciones advierten que los partidos políticos en este proceso electoral, deberán promover cambios para garantizar desde el Estado de Derecho, que los procesos electorales y el sistema de partidos, sean la vía para hacer de la representación política, una ruta ciudadana de concreción de objetivos programáticos, donde la planeación del Estado no queda al garete, sino sujeta a la lógica de obtención de resultados y concreción de tareas políticas, que exijan e impulsen la corresponsabilidad social y la ciudadanización de las estructuras gubernamentales.

Esta lógica democrática y de acción pública, fortalece a través de prácticas de gobierno abierto, la institucionalización de mecanismos de participación, inclusión y escrutinio ciudadano, y logra que la planeación del Estado asegure las prioridades del desarrollo y la armonía social.

Es aquí donde el Estado y la política agigantan su potestad social, y gestan condiciones para que los partidos políticos encausen en este proceso electoral, las grandes tareas ciudadanas que demanda la voluntad del pueblo. No se trata de crear un escenario contemplativo, sino dialéctico, que entienda e incorpore las aspiraciones y cambios sociales que demanda la sociedad, y no permita que el Estado se convierta en una maquinaria de oferta de servicios sujeta a los apetitos del mercado.

La ingeniería electoral no puede ser antípoda de la conducción del Estado. Es el engrane que debe hacer posible el cambio de paradigma para alcanzar la madurez orgánica de las acciones públicas, y fortalecer el ejercicio de voluntad ciudadana, para inhibir la disociación entre sociedad política y sociedad civil, en la construcción del cambio social.

No perdamos de vista que la esencia del Estado de Derecho como vínculo identitario, debe trazar el porvenir desde la justicia y la dignidad humana.

Debemos reconocer que vivimos en una sociedad desigual, que ha nulificado la seguridad humana, y que la marginación y la pobreza, son las caras de una misma moneda: la inequidad política.

Los partidos no pueden darse el lujo de ser indolentes ante la atomización de la representatividad ciudadana, que es el síndrome de la fragilidad democrática que marca el destierro de la fuerza unitaria del Estado.

No podemos caer en el absurdo de pensar que figuras políticas como los “candidatos sin partido”, son el signo de una nueva era política, a pesar de que seguimos en un proceso de democratización restringida.

Es necesario refuncionalizar y ampliar los cauces de la democracia, propósito que demanda de los partidos políticos, entender que deben asumir un rol protagónico de corresponsabilidad histórica, inserto en el andamiaje institucional y en el compromiso de no admitir la marginación de la ciudadanía en la construcción del Estado.

En este escenario, es evidente que no existe ecuación lógica ni receta de escritorio para democratizar las estructuras del poder público. Sin duda, las raíces de solución política se encuentran en hacer valer el Estado de Derecho, para guiar los cauces políticos y sociales; y que no sea como hasta ahora, una estructura tangencial de los procesos sociales, sino la vanguardia de una nueva conciencia y moralización del Estado.

No se puede dar un paso adelante y dos atrás. Hay que evitar caer en el error de reinventar al Estado cada seis años. En Hidalgo se han construido condiciones para fortalecer la institucionalidad vigente, hecho que no debe ser ignorado en el próximo proceso electoral.

Tres principios deben regir los próximos procesos electorales del país. Primero, que la oferta político-electoral constituya un principio exigible y concretable. Segundo que el sistema electoral refleje la policromía social, es decir, la diversidad y riqueza de las prácticas políticas, que eviten la exclusión social; y tercero, que la voluntad del pueblo sea la genuina prescripción del ejercicio público, por ser principio y génesis de la planeación democrática que debe imperar en la estructura de gobierno.

La sociedad mexicana es un tejido social maduro y comprometido. No requiere la tutela de la clase política, no obstante, que al haber sido vulnerado, ha quedado al margen de la conducción del Estado. Para refuncionalizar el sistema político y de gobierno, hay que empezar por ciudadanizar la democracia.

Agenda

  • Durante la conmemoración del “CV Aniversario del inicio de la Revolución Mexicana”, el Presidente Peña Nieto, aludió a la importancia de tener un gobierno de instituciones para construir el México próspero e incluyente del Siglo XXI.
  • El pleno de la Cámara de Diputados aprobó por unanimidad, la reforma que desindexa el salario mínimo y lo desvincula de la fijación de cuotas, pago de créditos y sanciones. Corresponderá al Instituto Nacional de Estadística y Geografía INEGI, calcular la Unidad de Medida y Actualización (UMA) que será utilizada en índices, bases, medidas o referencias. Ahora las legislaturas de los Estados deberán ratificarla.
  • Los mexicanos vistos por sí mismos”, es el título de la obra editorial que recientemente publicó la UNAM, legado de la rectoría de José Narro. El estudio dice que somos alegres, trabajadores y fiesteros; orgullosos, preocupados por la inseguridad y la corrupción; honestos, felices, religiosos, seguros que existe el infierno; fieles en el matrimonio… según Héctor Aguilar Camín, es una especie de “autorretrato” hecho por los mismos mexicanos al inicio del siglo XXI. El próximo 21 de enero, el Dr. Luis de la Barreda presentará en el CCCEH, el volumen de Derechos Humanos. Están cordialmente invitados.

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