Los seres humanos somos animales hambrientos de certidumbre. Nuestra paz mental requiere de ciertas seguridades sobre la continuidad de las cosas. Invertimos buena parte de la vida en asegurar que nuestro patrimonio no se va a esfumar, que nuestra salud nos va a acompañar al paso de los años, que nuestros afectos más profundos van a estar ahí. A veces el hambre por la certeza nos nubla la percepción ante los cambios que empeoran el presente y el horizonte.

En media hora la muerte, la novela autobiográfica de Francisco Martín Moreno, se puede leer como la historia de dos familias cegadas por el afán imposible de que la historia se quede quieta. El abuelo materno del autor era un próspero industrial judío en plena Alemania Nazi. Uno de sus tíos paternos era un soldado y creyente de la República al final de la Guerra Civil Española. Richard Liebrecht pensaba que su dinero y sus diamantes alcanzarían para comprar el favor de los asesinos del Führer. El tío Ernesto estaba seguro que su amorío con la hija del embajador de Noruega en Madrid era el mejor salvoconducto para proteger su vida. Las fuerzas de Franco no se atreverían a atacar la embajada de un país europeo. El abuelo murió en las cámaras de gas de Auschwitz. El tío fue asesinado al frente de la residencia diplomática. Ambos pagaron con sus vidas la confianza ciega en que las cosas cambiarían, pero no demasiado.

Lejos del universo de la novela, pero cerca del mapa de Europa, hasta hace muy poco había expertos que veían como imposible que Vladimir Putin se atreviera a invadir el territorio de una nación independiente. Apenas en enero de 2014, el presidente de EU, Barack Obama, afirmó que las fuerzas terroristas del Estado Islámico eran como un equipo amateur de basketball. Hoy estos fanáticos aficionados de la muerte son la mayor amenaza a la estabilidad del Medio Oriente.

En México hay una convicción optimista de que las instituciones más importantes de la República aguantarán las aspiraciones de una regresión autoritaria. Hoy hay varios escenarios de suma preocupación que hubieran parecido inimaginables hasta hace muy poco tiempo. Sin embargo estas malas versiones del futuro han evolucionado de imposibles a improbables. Escenario 1: El primer gobernador de Guerrero directamente emanado de las filas de la CETEG. El gobierno de Enrique Peña Nieto ha sido extremadamente condescendiente con un sector del gremio magisterial guerrerense que se ha convertido en una exitosa banda de extorsión presupuestal. Su ánimo y voluntad de presión amenazan el derecho de tránsito, el libre comercio y la continuidad constitucional de la democracia en el estado. Ahora imaginemos que su fuerza política penetre las débiles estructuras partidistas locales y su capacidad de presión se transforma en una aceitada maquinaria electoral. Esa ruta nos daría no a un gobernador títere, sino a un mandatario local directamente emanado de la CNTE o la CETEG.

Segundo escenario: Manuel Velasco, el gobernador chiapaneco del Partido Verde, gana la Presidencia de México en el 2018. Emanado de la corrupción y la impunidad el Partido del Tucán formó coalición para postular a Enrique Peña Nieto. Con una ilegal pero eficaz campaña de medios, hoy el Verde se disputa el tercer lugar de las preferencias electorales con miras a las próximas elecciones de junio. El Verde comparte muchas cosas con el PRI, pero no carga con el desgaste y el desprestigio reciente.

Último escenario inverosímil: Carmen Aristegui, la periodista con mayor impacto en el debate público del país, pierde su espacio en la radio. La libertad de expresión está de luto y la corrupción impune se viste de plácemes. Sin embargo, no nos debemos preocupar por la eventualidad de alguno de estos escenarios: México tiene una democracia madura, con instituciones sólidas que harían imposible que esas ominosas predicciones se volvieran realidad.

@jepardinas

Fuente: Reforma