Los dos presidentes norteamericanos se reúnen esta semana en Washington. En el último tercio del 2014, cada uno de ellos vivió otoños disímbolos que podrían marcar la memoria de sus respectivos legados.

El 23 de septiembre pasado, unas horas antes de la noche fatídica de Ayotzinapa, Enrique Peña Nieto recibió en Nueva York el premio internacional al “estadista del año”. El título del galardón podía sonar a una desmesura, pero en esa hora y en ese día el Presidente mexicano era visto como el líder que impulsó una ambiciosa agenda de reformas económicas. Cambios pendientes de política pública que estuvieron empantanados por cuatro sexenios fueron procesados en un lapso menor a 20 meses. En esos días de septiembre, el barril de la mezcla mexicana de petróleo se cotizaba en 88 dólares en los mercados internacionales y la reforma energética se avizoraba como el cambio más importante para México en varias generaciones.

Por esas fechas, Barack Obama se enfrentaba a los pronósticos adversos para las elecciones legislativas que se celebrarían a principios de noviembre. Los números de las encuestas pintaban mal, pero los resultados en las urnas salieron peor. Los republicanos le arrebataron al partido de Obama 8 escaños en el Senado y 13 asientos en el equivalente de la Cámara de Diputados. Desde la Presidencia de Herbert Hoover, a principios de los años 30 del siglo pasado, los republicanos no habían logrado una mayoría de ese tamaño en la Cámara de Representantes.

En el reino animal, un pato cojo no le puede mantener ni el paso ni el vuelo al resto de su parvada. El ave solitaria se vuelve una presa fácil para sus predadores. En Estados Unidos se usa el término lame duck (pato cojo) para describir a un político que se mantiene en el cargo, pero con un poder menguante y con credibilidad mermada. A la mañana siguiente de las elecciones legislativas, mientras sus enemigos políticos descorchaban champaña, Obama estaba en el nadir de su Presidencia. Todo parecía que la Casa Blanca, la original de Washington DC, estaba habitada por un pato con una extremidad irremediablemente lastimada.

Sin embargo, como boxeador arrinconado contra las cuerdas al borde de recibir un knockout, Obama sacó dos de los mejores ganchos de su mandato. Sin la presión de competir y ganar en los comicios, el presidente de Estados Unidos obtuvo un margen de libertad de acción que no había tenido antes. Sin la vana pretensión de construir puentes con sus intransitables rivales republicanos, Obama avanzó dos temas que marcarán un antes y un después en la vida de varios millones de personas: la legalización de una fracción sustantiva de la población inmigrante y la reconstrucción de la relación diplomática con Cuba. En ambas decisiones Obama utilizó las facultades ejecutivas que le brinda la Constitución de su país, sin requerir el visto bueno del Congreso. En la derrota y la debilidad, Obama encontró la fuerza de sus convicciones.

Mientras Peña Nieto recibía honores y reconocimientos en Nueva York, en Iguala, Guerrero, se preparaban los detalles del informe de labores de la presidenta del DIF municipal. Durante el primer tercio de su mandato, Enrique Peña Nieto logró que el tema de la inseguridad y la violencia desapareciera de la discusión pública, sin que el problema se desvaneciera de la realidad. El destino salvaje de los 43 estudiantes de Ayotzinapa forzó a que el avestruz sacara la cabeza del suelo. Lo que hizo Peña Nieto con la violencia y la inseguridad, dejar de hablar del asunto, hoy lo quiere repetir con la metástasis de la corrupción. Al negar la presencia de los elefantes dentro de la habitación, el Presidente autosaboteó su credibilidad y su liderazgo.

El ex estadista del año se reúne con el antiguo pato cojo. La vida es una tómbola donde los estadistas de ocasión no atinan a ver una manada de paquidermos y las aves rengas despuntan el vuelo sobre el resto de su bandada.

@jepardinas

Fuente: Reforma