Hace 20 años el país atravesaba una crisis. La violencia política, la debilidad de las instituciones, los brutales contrastes entre zonas del país y el descrédito del modelo de democracia representativa marcaron los días de 1994. Ese año truncó de manera temprana la década de los 90, al menos en el devenir que se le aseguraba por decreto oficial. Abraham Zabludovsky llamó a ese año, en su tradicional programa anual ”entre sangre y sobresalto”. De ahí tomo prestada la idea, por la similitud y la intensidad de ciertos eventos a 20 años de distancia. Para mostrar mi punto, me permito tomar como referencia diversos fragmentos escritos en esta misma columna a lo largo del año.

Las reformas como llamarada de petate. Usted leyó aquí que en las borracheras de promesas hasta el presente luce mejor. Pero el problema surge cuando lo prometido se atora en la aduana de la realidad. La promesa de tomarnos la transparencia de una buena vez por todas en serio, por ejemplo, sigue dependiendo de tres leyes generales y muchísimas reformas a leyes estatales. Y están también las promesas de armonizar las leyes secundarias para tener un sistema de rendición de cuentas, una fiscalía anticorrupción y un órgano que la persiga administrativamente. De todo eso no vimos nada concreto durante el año 2014.

La propaganda y lo mediático como regla. También leyó en estas líneas que, en México, la política de masas hace mucho dejó de hacerse en la plaza pública y se empezó a practicar en las pantallas de televisión. Por ejemplo, en 2012, la Secretaría de Salud, cuyo presupuesto autorizado para publicidad era de 200 millones, gastó más de 2,500. Los gastos del gobernador de Puebla o el de Chiapas tampoco son menores, pero lo que es un hecho inobjetable es que sus estados tienen necesidades más apremiantes que ver aparecer su rostro o escuchar su voz con cargo al erario. Pero todo parece indicar que en México no se conoce otra forma de hacer política, al menos no una en la que manejen de forma responsable los recursos públicos y en la que la necesidad de los gobernados sea superior a la vanidad de los políticos multiplicada por su hambre de poder.

El México que aún nos duele. Aquí dijimos que para algunos a México le estorban los indígenas. Al menos a un sector. A ese México ávido de competitividad internacional y capaz de generar riqueza le resultan un lastre, por ejemplo. Pero a otro México, en cambio, los indígenas le duelen. No les suponen una carga, sino un recordatorio de lo arraigado que está nuestro racismo. Y esa, sigue siendo una gran agenda pendiente.

El país del doble rasero en el Estado de Derecho. ¿Para que está el derecho, cuando se tiene el poder político, sino es para usarlo a contentillo? Piense, por ejemplo, en el escándalo sobre la construcción de una presa en uno de los ranchos del gobernador de Sonora. La ceguera selectiva de la justicia, no es capaz de ver los actos corruptos e ilegales de los gobernantes y tampoco alcanza a ver los derechos de los gobernados.

El México de sangre e injusto. ¿Cómo escribir sobre Iguala sin caer en la tentación del derrotismo? ¿Cómo expresar cansancio, hartazgo y frustración sin perder las ganas de seguir? ¿Cómo podemos seguir vivos si con los muertos en Iguala renunciamos a vivir y con ellos todos morimos un poco más? ¿Cómo estar si con los desaparecidos nosotros tampoco estamos? ¿Y cómo vamos a dejar de lado todo ese racismo que juzga estúpida y desinformadamente a los estudiantes que gritan por su compañeros? Pero la pregunta de fondo es ¿después de esto finalmente nos vamos a atrever a cuestionar lo violenta que es estructuralmente nuestra sociedad?

Porque así cerramos 2014… entre sangre y sobresalto. Feliz 2015, que sea próspero y feliz y muy lejano de las circunstancias y condiciones de 1995.

Fuente: El Universal