La renuncia del senador Armando Ríos Piter a contender por la candidatura del PRD al gobierno de Guerrero es inédita, porque su carrera política a lo largo de los últimos diez años tuvo siempre en la mira alcanzar el más alto cargo público en su estado y las elecciones de este año se vislumbraban como su mayor oportunidad para lograrlo.

El trabajo político de Ríos Piter ha tenido sistemáticamente una dimensión local, pues sus propuestas e iniciativas legislativas primero como diputado de mayoría y después como senador colocaron a los temas sociales de Guerrero en el centro y las alianzas y acuerdos que fue tejiendo con diferentes grupos dentro de su partido se inscribían en la problemática de dicha entidad. Es por ello que su renuncia significa un giro de 180 grados en sus aspiraciones políticas y los dramáticos sucesos de Iguala están en el centro de las razones de su difícil determinación.

El anuncio es un golpe al corazón del todavía principal partido de izquierda, porque proviene de uno de sus líderes jóvenes que, desde hace un año, encabezaba las preferencias electorales en Guerrero (la encuesta Mitofsky sobre intenciones de voto de julio 2014 lo colocaba 20 puntos arriba de los aspirantes a la gubernatura de cualquier signo político).

Es cierto que Guerrero se ha caracterizado por tener uno de los más altos niveles de marginación y de violencia del país, que ha estado atrapado por cacicazgos impunes y penetrado por el crimen organizado desde hace tiempo, sin embargo, los crímenes de Iguala vinieron a condensar todos esos males, sacando a la luz pública las inconfesables complicidades de las autoridades en los delitos cometidos. Como bien señalara el senador, “la corrupción es la peor forma de violencia” y no puede pretenderse que nada ha pasado y seguir adelante, echando mano de las mismas prácticas y acuerdos políticos.

La denuncia de Ríos Piter de que el ex gobernador Aguirre Rivero quiere influir en el proceso sucesorio y de que la directiva del PRD condicionó su respaldo a la candidatura al gobierno de Guerrero a establecer un pacto de impunidad con el grupo del ex gobernador es escandalosa. Habla de cómo tiene secuestrado al partido, pero creo que también al gobierno federal, un grupo político que tuvo responsabilidad en los horrores de Iguala y que hasta ahora ha logrado evitar que se investigue el grado de su involucramiento y responsabilidad en los mismos. Como bien dice Ríos Piter, es inaceptable que se pretenda conceder un papel central a alguien que es parte del problema que aún no está resuelto, porque ello implica aceptar que las estructuras políticas del estado no pueden modificar sus esquemas de actuación para combatir la corrupción y la impunidad existentes.

Las razones de la renuncia de Ríos Piter hablan de la descomposición profunda que sufre el PRD, no sólo porque han estallado los casos de corrupción de varios de sus presidentes municipales, con José Luis Abarca a la cabeza, sino por la mecánica de sus decisiones y las directrices pragmáticas que guían su actuación. Dicho comportamiento lo ha llevado a aceptar todo con tal de mantener ciertas posiciones de poder, como el gobierno de Guerrero, pero pasan por alto que Ayotzinapa ha marcado un antes y un después en la relación entre sociedad y gobierno.

La decisión de Ríos Piter ha enojado a los dirigentes del PRD, pero no está claro que vayan a reaccionar positivamente, llamando a una reflexión de fondo sobre las maneras de procesar las candidaturas y, sobre todo, de hacer política en lo que hoy son sus bastiones electorales. El PRD está enfermo de faccionalismo y, aunque el mal no es privativo de dicha fuerza política, sí ha erosionado su capacidad de ofrecerse como una alternativa viable frente al partido en el gobierno que se apresta a cosechar las fallas de los partidos en la oposición.

Fuente: El Universal