El Presidente de la República, en su mensaje tras el informe de gobierno, dijo que el país puede soñar con un aeropuerto de vanguardia, con trenes de alta velocidad y un fondo petrolero financiado por la renovada industria energética. Ahora, en la siguiente escala del calendario político, sería deseable que la Secretaría de Hacienda y la Cámara de Diputados regalaran a los mexicanos un presupuesto a la altura de los anuncios ambiciosos.

La derrama económica y el efecto transformador de un nuevo aeropuerto es innegable, pero el gasto educativo tiene un potencial transformador mucho mayor, y hoy sabemos que hay enormes espacios de discrecionalidad y dispendio. La discusión presupuestal es un buen momento para acotar las áreas de opacidad en el gasto federalizado, fortalecer los mecanismos de rendición de cuentas y exigir resultados concretos a cada peso comprometido.

La decisión de convertir Oportunidades en Prospera parte de una intuición correcta: salir de la pobreza requiere de la capacidad de generar ingresos propios en las familias beneficiarias. Pero Oportunidades era ya uno de los programas mejor diseñados, más evaluados y más vigilados del conjunto de programas sociales del Estado mexicano. Hay muchos programas sociales que sabemos que no funcionan, que están mal diseñados o que sirven para aplacar clientelas y no para resolver problemas públicos. Como cada año, la Cámara de Diputados tendrá la oportunidad de revisar las evaluaciones de los programas, para tomar decisiones que maximicen la efectividad del gasto y cierren la llave del presupuesto a lo que no funciona.

Hacer obras de transporte público masivo en los estados y los municipios tendrá efectos económicos y en la calidad de vida de las ciudades. Junto con las grandes obras, los diputados aprobarán nuevas bolsas de dinero para proyectos de infraestructura: los Fondos Metropolitano y Regional, o el Fondo de Pavimentación (de mala reputación por estar asociado a los supuestos “moches”). Pese a los esfuerzos de transparencia presupuestaria en, por ejemplo, el Ramo 23, lo cierto es que los criterios de decisión para asignar las obras no son claros y las oportunidades para la discrecionalidad y el mal manejo de recursos son amplias. Es indispensable poner reglas claras, transparentar las decisiones y cerrar los espacios que permiten a gestores extorsionar a los municipios.

En pocas palabras, la próxima discusión presupuestaria puede ser, como el propio presupuesto, inercial: concentrada en los montos y no en los resultados esperables, distorsionada por la agenda particularista de un diputado dispuesto a votar el presupuesto a cambio de una obra en su municipio natal, y desvinculada de la evidencia sobre qué funciona y qué no funciona en los programas presupuestarios. Ojalá sea una discusión a la altura de los proyectos ambiciosos: concentrada en la calidad del gasto, fundada en los resultados de las evaluaciones y con compromisos claros de rendición de cuentas.

Así como México quiere un aeropuerto de primer mundo, puede exigir un presupuesto de primer mundo. Y hay una ventaja adicional: no deberíamos de tener que esperar lustros para tenerlo: los diputados pueden aprobarlo en cuestión de semanas.

Fuente: El Universal