Hoy viene a cuento la publicidad que el PAN puso en la televisión para la campaña electoral del 2009: dos equipos jugando a jalar una cuerda en un día de campo, uno integrado por buenos y blancos ciudadanos burgueses y otro por ampones y criminales vestidos de negro.

Aquel spot pintó con nitidez la simplificación del calderonismo sobre la realidad violenta del país: de un lado el gobierno limpio, acompañado por la ciudadanía, y del otro los malos y sus aliados políticos.

Al mismo tiempo que esta propaganda visitaba los hogares mexicanos, Germán Martínez Cázares, entonces dirigente de Acción Nacional, acusó a sus adversarios tricolores de estar solapando narcotraficantes. Luego, en vez de apoyar sus dichos con pruebas que sirvieran en los tribunales, aclaró que el ataque se justificaba porque estaba en campaña electoral.

En México tardamos en darnos cuenta sobre cuánto se parecían lopezobradoristas y calderonistas. AMLO suele usar la misma narrativa facilona para desacreditar a sus opositores: su eslogan sobre “la mafia que se robó el poder” está a la altura de la publicidad panista.

Iconografía de Disneylandia que oculta una verdad peligrosa: todos los partidos están infiltrados por la corrupción y sus criminales.

En esto también la tragedia de Ayotzinapa ha sido reveladora: es del PRD José Luis Abarca, el presidente municipal presuntamente responsable del secuestro de los normalistas; lo apoyó Lázaro Mazón, ahora líder de Morena en Guerrero, y por tanto el fugado contó indirectamente con el respaldo de Andrés Manuel López Obrador. El gobernador que recién pidió licencia, Ángel Aguirre, hace pocos años militaba en el PRI y al final ganó las elecciones de su estado, asociado también con el PAN.

Como en otras crisis violentas de nada sirve distinguir entre partidos y tampoco suponer que hay gobernantes impolutos y otros que están comprados por el crimen organizado: es la casa entera la que ha sido penetrada. Intercambian uniforme policías y ladrones y por eso la violencia se ha vuelto cosa de todos los días. El Estado y sus instituciones son el arma que unos y otros utilizan para dispararse.

Ayer López Obrador organizó un mitin en el Zócalo de la capital para deslindarse del gobernador con licencia, Ángel Aguirre, y también del fugado presidente municipal de Iguala. Y no perdió ocasión para acusar a la minoría que, según su mantra, ha secuestrado al país: grupo rapaz y responsable principal de la tragedia que vive México. Añadió que su partido, Morena, nace cuando “todas las fuerzas políticas tradicionales han sucumbido, compradas, cooptadas y controladas.”

Se equivoca AMLO cuando necea con el cuento de la cuerda y el día de campo. El problema en el que estamos metidos es grave porque trasciende la honestidad de las personas. Existen regiones enteras en el país donde la vileza y la ilegalidad gobiernan a todos sin distinguir la ética de cada uno.

Poblaciones muy diversas han tenido que aprender a convivir con las reglas impuestas, de un lado por la miseria económica y del otro por la violencia criminal. Esa es la realidad de Guerrero y la política no ha servido para combatir ninguna de las dos enfermedades. Peor aun, el Estado ha doblado las rodillas y muchos de sus operadores se han vuelto cómplices de la misma circunstancia.

Hay dos tipos de responsabilidad imputable a quien tiene liderazgo político en México: de un lado debe ser señalado el que se dejó seducir por los dineros del crimen organizado. Me refiero al político comprado como aparentemente lo fue Abarca.

Pero por otra parte tienen también responsabilidad aquellos que han querido explicar la gravedad del fenómeno con soberbia y maniqueísmo. Son quienes se han querido colocar por encima de las facciones y desde ahí distribuyen las culpas con su dedo flamígero, casi siempre beneficiando su causa.

Los cuentos para niños, cuando se utilizan para explicar cosas a los adultos, disminuyen la inteligencia que se requiere. La sobre simplificación es dañina para enfrentar problemas de gente grande. Ese fue el error de Felipe Calderón y también lo sigue siendo el de Andrés Manuel López Obrador.

Zoom: ¿Era necesario recurrir a una manifestación en el Zócalo para limpiarse la cara? Con una buena y barata conferencia habría sido suficiente. ¿O no?

Fuente: El Universal