Necesitábamos aire fresco y los jóvenes del #YoSoy132 lo trajeron. Pero sería tan injusto como excesivo pedirles que, además de aire, nos traigan agendas completas, salidas de las trampas en las que hemos caído y respuestas a los problemas de México. Ni siquiera hace falta que se conviertan en un movimiento coherente ni, tampoco, que sus líderes se hagan próceres de la patria para que aprendamos a escuchar lo que nos están diciendo. Como todos nosotros, se estaban ahogando entre las aguas cerradas por las oligarquías y los oligopolios, cuando de repente encontraron un hueco para ayudarnos a respirar otra vez.

Están pidiendo libertad, conciencia y respeto. Y lo están pidiendo a través de los medios que ellos mismos controlan sin tener que pedir permiso ni subordinarse ante nadie. Usan las nuevas tecnologías de la comunicación como casa propia y —como sucedió antes en otros lugares del mundo— han encontrado ahí la eficacia, la transparencia y la rapidez que no les ofrece ningún otro espacio. Yo mismo, mientras escribo estas líneas destinadas a un diario de circulación nacional, me doy cuenta de las limitaciones del medio que empleo y me siento cohibido ante la potencia de las redes que utilizan los jóvenes.

Éste es apenas un hilo frente al caudal de ese movimiento. Escribo la palabra: jóvenes, porque no encuentro otra, pero el mensaje que leo entre sus voces me habla de una madurez envidiable. Son jóvenes porque nacieron mucho después que los viejos, pero no son porque les falte conciencia, ni porque necesiten más tiempo para hablarle al mundo que les rodea. No son la reencarnación del 68, ni la del 71, ni tampoco del CEU, ni del zapatismo, ni de ningún otro etcétera. No son lo que fuimos ni lo que quisimos ser.

Estos jóvenes no están mirando hacia atrás para repetir las hazañas de los revolucionarios de ayer, ni están reivindicando el pasado que otros imaginamos, ni están repitiendo sin más las doctrinas que les dieron sus profesores (más o menos frustrados).

En todo caso, están hartos de la falta de respeto a su inteligencia; están hastiados de la manipulación mediática, de la falta de contenidos medianamente decentes en la televisión y la radio, del control obstinado de los partidos políticos, del cinismo de los políticos que creen que pueden engañar a cualquiera, de la falta de horizontes creíbles, de las explicaciones que no van a ningún lado. Se estaban ahogando, insisto, en el canon inútil de los lugares comunes hasta que un día, agraviados por la ofensa del descrédito y la trivialización de sus protestas legítimas, salieron espontáneamente a la calle para gritarnos que no sólo merecen respeto, sino para despertarnos a todos.

Es cierto que no tienen un programa político, ni han conseguido articular un liderazgo coherente, pero yo pienso que esas deficiencias son también otra forma de libertad, pues el programa, los líderes y las estrategias políticas pertenecen al mundo del que ellos abjuran; son las tercas reminiscencias de lo único que sabemos hacer: organizar programas políticos, designar líderes y crear conflictos. En cambio, ellos nos están proponiendo algo mucho más importante: crear conciencias, hacerlo mediante el diálogo abierto y pasar a la vita activa —como lo escribió alguna vez Hannah Arendt— en todos los planos y por todos los medios a nuestro alcance; nos están llamando a recuperar el espacio público que nos ha sido robado y a aprender a reclamar en voz alta cada vez que alguien quiera engañarnos, manipularnos y usarnos para sus fines privados. Estos jóvenes nos están enseñando a ser ciudadanos adultos.

Por supuesto que el #YoSoy132 también corre el riesgo de morirse de éxito, de ambición o de vanidad (Vanity: my favorite sin, diría el diablo), o de tropezar con los pies de quienes mueren de ganas de meterse a sus rutas y sacarles provecho. Nada en política cuenta con garantías de por vida. Pero yo agradezco, de veras, la lección que este movimiento está dando.

Publicado en El Universal