“¡Se toparon con la mera verga, tengan los huevos suficientes para aguantar!” Así regañó el comandante al grupo de fugitivos que se había escondido en la clínica Cristina. Y agregó: “como son buenos para hacer destrozos, tengan ahora los pantaloncitos.”

Suman muchos los testimonios que narran igual los hechos: a la una de la mañana del 27 de septiembre de 2014 arribó a la clínica una patrulla del Batallón 27.

Los desamparados se alegraron en un principio; habían sido atacados por la policía municipal pero no por los militares.

En su ingenuidad supusieron que el Ejército venía a rescatarles.

Pero la esperanza se extinguió casi de inmediato. La anuló una voz que gritó: “ahí están esos cabrones, están adentro”.

Los militares ingresaron apuntando con armas largas y se encontraron con un número indeterminado de jóvenes aterrados. Uno de ellos se estaba desangrando por un tiro recibido en el rostro y sin embargo los hombres vestidos de verde fueron indiferentes.

El comandante de la patrulla acusó a los normalistas de haber ingresado de manera ilegal a una propiedad privada. Ellos argumentaron que se habían escondido en aquel hospital porque entre ellos había heridos.

Fue entonces —afirman los testigos— cuando el comandante hizo gala del más fálico de los lenguajes y luego dijo que llamaría a la policía municipal para que se los llevara de ahí.

La mera “policía municipal” con la que antes aquellos normalistas se habían topado. Frente a la cual se requería de huevos suficientes para aguantar.

El general Salvador Cienfuegos ha declarado que hay injusticia en las sentencias lanzadas por los padres de las víctimas en contra de las Fuerzas Armadas.

El ex procurador, Jesús Murillo Karam, en su día aseguró categórico que no existía evidencia de que el Ejército hubiera intervenido durante aquella trágica madrugada. El presidente Enrique Peña Nieto también ha gastado elocuencia para exculpar a los militares.

Y sin embargo todo indica que aquella noche una patrulla del Batallón 27 sabía lo que estaba ocurriendo. El mismo grupo de soldados que vio cuerpos tirados en la calle Juan N. Álvarez, de la ciudad de Iguala, y pasó de largo.

Hubo también un mando militar que, de acuerdo con la investigación de los expertos internacionales, estuvo enterado —en todo momento— de la maquinaria infernal que se lanzó en contra de los jóvenes de Ayotzinapa.

Frente a las pruebas y testimonios que advierten la presencia del Ejército en Iguala hay poco que hacer porque desde la Secretaría de la Defensa se ha impedido entrevistar a los soldados del Batallón que activa o pasivamente participaron en los hechos narrados.

Ellos están por encima de la investigación. La ley es para el resto de los mortales. Son los únicos que fueron exculpados antes siquiera de que comenzara la indagatoria.

Y sin embargo la prueba de su involucramiento se multiplica todos los días. Vía YouTube, esta semana podrá tenerse acceso al documental que el periodista Témoris Grecko realizó sobre el papel jugado por el Ejército la madrugada fatal.

Lleva por nombre Mirar morir y quiere responder a la pregunta que mi compañera Katia D’Artigues hizo el miércoles pasado en estas mismas páginas: “El Ejército en Iguala, ¿qué tanto sabía?”

ZOOM: Se entiende como complicidad aquella participación o colaboración para cometer un delito sin que se tome parte en su ejecución material.

Fuente: El Universal