Tiempos difíciles vive la República. El entorno económico es incierto, el crecimiento no  repunta y el presupuesto tendrá que ser ajustado a la baja. La violencia no cede y en algunos estados se agrava. Las campañas electorales lucen por las diatribas y acusaciones, que profundizan la desconfianza que existe entre ciudadanos y clase política. El país no está listo para entrar en el nuevo sistema de justicia penal y tendremos, con alta probabilidad, un enorme descontrol en una de las instituciones más delicadas para el Estado de derecho.  El Congreso agoniza para tomar decisiones, inmovilizado por la feria de las vanidades que sólo miran al corto plazo. Difícil encontrar buenas noticias. Y sin embargo las hay.

El viernes pasado el presidente Peña Nieto presidió el Consejo General de Ciencia, Desarrollo Tecnológico e Innovación, hecho que por sí mismo es significativo. Ahí se dio cuenta de los avances de la política de ciencia y tecnología y se anunciaron medidas adicionales para los años que restan del sexenio. Conviene recordar por qué esta política es central para el futuro del país.

Imagine por un momento, amable lector, un mundo sin energía eléctrica, sin analgésicos ni antibióticos, sin celulares, automóviles, fibras sintéticas  o computadoras. Todo esto, y muchísimo más, es posible gracias a la ciencia. La revolución del conocimiento que vive el mundo desde el siglo XVI ha transformado radicalmente la realidad y los cambios se aceleran geométricamente. Hoy la nanotecnología, la bioenergía, la genética, los materiales avanzados, la biotecnología o la ciencia de datos, entre otros campos, constituyen la base de la sociedad del conocimiento. Y lo que resulta más importante reconocer es que sin conocimiento no habrá crecimiento.

La inversión pública y privada en ciencia y tecnología es una variable crítica si queremos un mejor futuro.  Desde el inicio ésta ha crecido de manera sostenida y en 2016 representa 0.61% del PIB. Cierto, estamos aún lejos de la meta de 1%, pero conviene reconocer que se trata de un crecimiento sin precedente, especialmente en tiempos de crisis. Aunque porcentualmente puede parecer poco, el incremento significa miles de millones de pesos que se han usado bien y se traducen en más infraestructura, más becarios e investigadores y más proyectos orientados al sector productivo. Hemos avanzado y los resultados pueden ser verificados.

Ante la difícil perspectiva económica que hará complicado mantener el incremento del gasto  federal en el sector, el presidente Peña anunció dos medidas plausibles y deseables. Primero, diseñar un programa de estímulos fiscales para las empresas que inviertan en ciencia y tecnología. Esta es una vieja demanda del sector privado y, con un buen diseño, debe tener como resultado incrementar la inversión privada en ciencia y tecnología, vincular a las empresas con centros de generación del conocimiento y dar mayor competitividad a algunos sectores. Además, se procurará incentivar que los estados gasten más en ciencia y tecnología.  Aunque esta medida puede parecer difícil, si se logra se estaría  introduciendo un elemento de racionalidad, impacto y valor en el uso de los recursos transferidos a los estados con un efecto positivo en la economía y un resultado civilizador.

Hubo dos anuncios adicionales, de enorme importancia y visión.  Primero, que se incrementará la infraestructura científica creando cuatro nuevos centros públicos de investigación (el último que se creó fue en los 90) y nueve consorcios adicionales. Además, se ampliará el programa de cátedras Conacyt. Esto significa 2 mil jóvenes investigadores nuevos al final del sexenio, la mayor parte de ellos becarios del Conacyt, que vendrán a renovar el capital humano y que de otro modo penarían para encontrar trabajo y desarrollar su potencial, o simplemente abandonarían el país. Resulta difícil expresar la importancia de esta medida, que es una bocanada de aire fresco que renueva y da esperanza a la ciencia mexicana. Ojalá este esfuerzo pudiera ampliarse para dar cabida a los 6 mil científicos jóvenes que están inscritos en el padrón de Conacyt.

En fin, bajo el liderazgo de un Conacyt cuyos mandos principales son mayormente científicos destacados, se está construyendo una política ejemplar que, como dijo el doctor Enrique Cabrero, ha sido perseverante en creer que el conocimiento transforma y que es así como se construyen mejores sociedades.

Fuente: El Universal