Celebro mucho la carta pública dirigida por Alfonso Cuarón al Presidente de la República. Uno de los mexicanos más talentosos y famosos del mundo, ha conseguido organizar las preguntas que muchos otros hemos estado planteando tras la reforma energética, sin haber obtenido respuestas satisfactorias (por más informados que estemos). No es que sean nuevas, ni originales. Es que las formula alguien que está fuera de toda sospecha, “desde la más absoluta independencia política”.

Hace poco más de treinta años tuve el privilegio de trabajar para Tabasco, en el gobierno de Enrique González Pedrero. Y todavía siento un escalofrío al recordar lo que quedó en aquella entidad, luego del auge petrolero y de las promesas de abundancia formuladas durante el sexenio de López Portillo: quedó una inflación gigantesca, producida por el enorme flujo de dinero que se concentró en unos cuantos —empresarios y funcionarios— dispuestos a gastar lo que fuera; y quedó una desigualdad mucho más honda de la que ya había en la región.

Quedaron miles de campesinos desplazados de sus tierras de origen, algunos, reconvertidos a duras penas como trabajadores de Pemex y muchos más abandonados a su mala fortuna, porque en sus ejidos y propiedades había nuevos campos de exploración y/o de explotación petrolera, o brechas construidas sobre sus casas de un día para otro, o pequeños embalses inutilizados por las maquinarias de la ambición, o zonas completas que alguna vez habían sido fértiles para la agricultura, la ganadería y la pesca, salinizadas para siempre por la repentina apertura de puertos marinos que le dieron paso franco a los buques destinados a cargar el petróleo, pero que también permitieron la entrada masiva del agua salada. Quedó una capital que estrenaba nuevos desarrollos urbanos carísimos y obras públicas muy notorias, en medio de miles de comunidades dispersas sin ningún destino posible.

Quedó, pues, un verdadero saqueo. Al principio de los años ochenta, recorrer Tabasco era como visitar una casa que había sido robada con saña la noche anterior y cuyos habitantes todavía estaban golpeados, agraviados y sin terminar de asimilar el asalto.

Tabasco quedó marcado para siempre por el ultraje petrolero que sufrió en aquellos años setenta. Y estoy seguro de que muchos de quienes trabajamos en aquella entidad durante los años postreros, también. De hecho, una parte de la historia política mexicana de finales de siglo resultaría imposible de comprender sin esos antecedentes, incluyendo la emergencia del liderazgo de AMLO como vocero de los agravios producidos por aquella devastación.

Y aunque las políticas redistributivas y de reconstrucción que se pusieron en marcha después paliaron en alguna medida los peores efectos sociales de aquella locura energética, la lección principal nunca fue asimilada; a saber: que el cambio repentino de un modelo económico no es, jamás, un asunto de economía; que, para avanzar sin devastar lo demás —como elefante en cristalería— un nuevo modelo reclama de políticas de gestión y regulación muy bien diseñadas, de políticas sociales y redistributivas puestas en acción de antemano, quirúrgicamente, y medios especialmente sofisticados de administración pública, capaces de poner freno a los grupos depredadores y a la “tragedia de los comunes”. Cambiar el modelo económico no equivale a modificar las fuentes de ingreso; no es como cambiar de “chamba”, sino como cambiar de modo de vida. Y ese cambio, mal planeado y mal conducido, puede llevar a la muerte.

Por eso las preguntas de Alfonso Cuarón no sólo merecen respuestas mediáticas, sino una reflexión convincente y completa. Como sucedió con Pemex como agente externo durante su incursión en Tabasco, México podría estar a dos pasos de vivir una devastación semejante a la de aquella entidad en los años setenta. Y a quienes pudimos atestiguarla, nos consta que tres boletines de prensa no alcanzan para asumir esa gravísima responsabilidad.

Fuente: El Universal