Mucho nos han dicho que la gran promesa de la reforma energética consiste en que la apertura del petróleo y la electricidad al capital privado traerá un gran beneficio para la sociedad en su conjunto, porque se crearán nuevos empleos y se reducirá el costo de los servicios. Es decir, hay una apuesta a que la transformación de Pemex y CFE de paraestatales en empresas productivas del Estado, abiertas a la inversión privada, traerá nuevos recursos económicos y con ello se logrará su saneamiento, se activará la economía del sector y ello generará una derrama de beneficios para la población.

Este planteamiento recuerda las viejas fórmulas que justificaban al capitalismo al inicio del siglo XX y que señalaban que la riqueza de algunos era indispensable para inyectarle dinamismo a la economía, contribuyendo con ello al mejoramiento general de la población. Hoy, los datos nos muestran que la concentración de la riqueza en las altas cúpulas de la sociedad, lejos de haberse repartido entre las distintas capas sociales, ayudando a elevar sus niveles de vida, o a darles mayor seguridad, ha ahondado la brecha de la desigualdad de manera persistente, a tal punto que, como dice Zygmunt Bauman, ésta parece estar convirtiéndose en el “primer movimiento perpetuo de la historia”.

En su reciente ensayo, (Does the Richness of the Few Benefit Us All?, Cambridge, Polity Press, 2013), el reconocido sociólogo polaco contemporáneo, recoge las cifras contundentes sobre la desigualdad mundial, para afirmar categóricamente que es una ilusión, una mentira y hasta un fetiche que la riqueza de unos cuantos beneficie al conjunto de la sociedad, es decir, rechaza el “mito de los ricos”. Tomo algunos ejemplos: el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD de 1998 mostraba que el 20% más rico de la población mundial acaparaba el 86% de todos los bienes y servicios existentes, mientras que el 20% más pobre sólo consumía el 1.3% Quince años más tarde, el abismo era más hondo, pues el 20% más rico absorbía el 90% de todos los bienes y la franja más pobre sólo el 1%. De acuerdo con el Instituto para la Investigación del Desarrollo Económico de Finlandia, la riqueza acumulada por las mil personas más ricas del mundo representa el doble de los ingresos de los 2 mil 500 millones de personas más pobres. Un dato más de la concentración de la riqueza: para 2007 los multimillonarios de los EU poseían un capital equivalente a 3 mil 500 millones de dólares, que para 2010 se había incrementado a 4 mil 500 millones. Para Bauman, ya es insostenible el dogma de la ortodoxia económica de que los ricos, por el solo hecho de serlo, proporcionan un servicio a la sociedad y que cierta dosis de desigualdad ayuda a acelerar el crecimiento económico.

La reflexión de Bauman viene al caso en relación a la reforma energética porque, si bien las distintas posiciones coinciden en que la sola inversión privada en petróleo y electricidad no puede traducirse mecánicamente en una mejor distribución de dicha riqueza y que es necesaria la intervención de las comisiones reguladoras, adolecemos de una explicación puntual, clara, despojada de meros calificativos a favor o en contra. A pesar de los debates en el Congreso, o quizá justamente por ello, existe un enorme manto de opacidad sobre la mecánica de su operación, sobre los controles específicos a los que estarán sometidos los privados y, desde luego, sobre las responsabilidades precisas de cada una de las partes que ahora estarán involucradas. Estamos lejos de comprender cuáles serán las consecuencias puntuales del profundo cambio en el modelo de nuestras hasta ahora estratégicas paraestatales.

Fuente: El Universal