Tengo sentimientos encontrados respecto a lo que sucede en la política mexicana.  Para todos es evidente que estamos dando reversa a los procesos de descentralización política que ocurrieron en el país en el curso de las últimas décadas. En el plano político, casi cada medida emprendida en este primer año y medio de gobierno lleva el sello de la recentralización. Igual en materia educativa, que electoral o de transparencia, el gobierno y las instancias federales están recogiendo los pedazos de poder que se colocaron en las manos de otros actores, en este caso de los gobiernos locales.

Para muchos mexicanos esto resulta una buena noticia. Nuestros intentos federalistas arrojaron resultados desalentadores, cuando no francamente desastrosos. Unos cuantos ejemplos podrían convencer a sus más fervientes defensores de que México falló. En el expediente están las nóminas educativas que reflejan contubernio (y/o sometimiento) entre el gobernador y el poder magisterial, o las finanzas de muchos estados que están en números rojos por la irresponsabilidad con las que se han manejado. Si esto no es suficiente, el lector puede voltear a ver a las entidades que están sumergidas en crisis de violencia y crimen. En ellas los gobiernos estatales y locales no cuentan, están ausentes o, peor, infiltrados.

Debe ser por este récord que se aplaude que el gobierno federal meta orden y tome decisiones que correspondería a otras personas y a otros órdenes de gobierno. Desde el centro se están tomando decisiones al resolver los nombramientos, como si se tratara del gabinete presidencial. También se reconcentran atribuciones que se habían transferido. El paso siguiente pudiera ser el relevo de un gobernador, como se hacía en el pasado cuando por ineficacia o indisciplina el Presidente lo mandaba a la banca. Carlos Salinas fue el último de los mandatarios mexicanos en ejercer esta práctica. Su sucesor lo intentó sin éxito, inaugurando una nueva  era en el sistema político en la que los gobernadores recibieron el poder y también los recursos. No fue un proceso planeado ni calibrado adecuadamente y lo que conseguimos fue el desorden que ahora tenemos: la descentralización del poder con instituciones que no se adecuaron a estas realidades.

En lo particular, a mí no me convence la medicina que se está aplicando al problema, aunque también el estado de las cosas me parece insostenible. Y no me convence porque conocemos de sobra las consecuencias de un sistema político que centraliza el poder en el Ejecutivo federal. Nuestra transformación política ha consistido justamente en ir equilibrando el poder entre los distintos actores y en la creación de esquemas de pesos y contrapesos que limiten el abuso y promuevan el buen gobierno. Es muy claro, y la evidencia habla por sí misma, que este es un trabajo que dejamos a medias porque perdimos la brújula y carecimos de los liderazgos que lo llevaran a buen puerto.

En lugar de revertir lo andado, deberíamos plantearnos una agenda de fortalecimiento de lo local y darle un soporte institucional y financiero a nuestro federalismo. Lo planteo no sólo como dogma que sostiene que el gobierno local puede resolver mejor algunos problemas públicos, tampoco creo en la magia de la  descentralización sin más. Para que ésta funcione se requiere de potestades tributarias y responsabilidades bien delimitadas, estructuras de gobierno adecuadas, capacidades de ejecución e instituciones de control y de rendición de cuentas que, bien ensambladas, establezcan los incentivos correctos. En esto no puede haber improvisación. Nuestros gobernadores, la mayoría de ellos, encontraron una combinación de lo anterior tan inadecuada que el resultado es el que conocemos: mal desempeño y poca responsabilidad.

A pesar de lo anterior, hay ejemplos de buen gobierno en algunos estados y municipios del país. El desempeño entre ellos no es plano, sino lleno de variación. Lo que indica que algunos contextos han sido propicios para los buenos liderazgos, para la innovación en la política pública y para la solución de problemas graves como la inseguridad. Acostumbrados a ver el vaso medio vacío, no caemos en la cuenta de los casos que son prometedores. Hace unos pocos días el Observatorio económico México: ¿Cómo vamos? presentó indicadores de desempeño económico a nivel estatal y algunos de ellos son francamente sobresalientes.  En un contexto de atonía económica a nivel nacional, hay experiencias locales que resultan estimulantes.

Esta administración, tan obsesionada con las reformas estructurales que devuelvan el dinamismo a la economía mexicana, olvida temas que son centrales para que ese objetivo se pueda materializar. Uno de ellos es el federalismo. No hay convicción ni estrategia para hacerlo avanzar. El dicho dice que en el pecado se lleva la penitencia, y el gobierno federal quizá termine pagando los costos de tomar las decisiones que no le correspondía asumir. Por eso y porque es lo que conviene al país, démosle al federalismo una oportunidad.

                *Directora de México Evalúa

                Twitter:@EdnaJaime

                @MexEvalua

 

Fuente: Excélsior