Cuando el pasto está seco Con cualquier cosa se enciende la pradera.

Ante la sequía de justicia y el exceso de impunidad, las condiciones están dadas para que se detonen grandes problemas en nuestro País. Aún todavía más complejos.

Pocas veces había percibido a la sociedad tan harta, tan cansada de instituciones disfuncionales y de una clase política que simplemente no “da el ancho”.

No solamente es el caso de los normalistas de Ayotzinapa, sino la sumatoria de una serie de eventos que evidencian una de las peores crisis de las instituciones de nuestro País. Estamos inundados de múltiples “hechos aislados” cotidianos, sumidos en la década negra de los derechos humanos, en una interminable guerra contra el narcotráfico y la absurda insistencia gubernamental de que México, a pesar de todo, está bien.

Otra vez esa realidad paralela oficial: Legislación de vanguardia y estructuras gubernamentales que se venden como de “primer mundo” y una realidad nacional que evoca a los peores momentos del “México bronco”.

En 1994 el discurso oficial nos vendía al Tlcan como la puerta al primer mundo y ese mismo año buscaba consolidarse con el ingreso de México como el país 25 de la OCDE (el club mundial de los ricos). La realidad nacional era otra y el valor histórico de unos cuantos indígenas chiapanecos fue recordárnosla.

Esa abismal distancia entre discurso y realidad, entre la versión “light” de un escritorio y la que se sufre en carne propia en las calles, nos ha venido dando importantes lecciones sociales, duras dosis que nos obligan a ubicarnos y poner los pies sobre la tierra.

Desde nuestros 49 bebés de la guardería ABC, los 43 estudiantes de Ayotzinapa, hasta los 2 mil 200 desaparecidos en los últimos años, Tlatlaya, San Fernando, Aguas Blancas y muchos otros episodios negros “aislados”, la realidad nacional nos grita desesperada que abramos los ojos, que hemos fundado un país bajo instituciones débiles, corruptas y disfuncionales. Y nos lo grita porque muchos se niegan a verla mientras otros hacen lo imposible ocultarla.

No me malinterprete, disto mucho de ser de aquellos que creen que todo está mal y perdido. Soy un realista optimista. Y en esa lógica sí creo que lo que más daño nos hace es la visión “light” de muchos gobernantes que no son sensibles a lo que sucede, que voltean a otro lado, que todo lo descalifican simplonamente.

Y en esto, como en otros lados, un diagnóstico erróneo nos lleva a tratamientos erróneos.

En otras palabras, ignorar la realidad nacional y querer paliarla con reformas o políticas públicas incompletas, es como querer curar un cáncer con un “mejoralito”.

Así que no esperemos que la sociedad se quede callada ante la peor crisis de derechos en nuestra historia contemporánea y de brazos cruzados mientras que la pareja presidencial adquiere mansiones millonarias, el Gobierno compra uno de los más onerosos aviones presidenciales en el mundo y sostienen una carísima alta burocracia.

Justamente este contexto es el que veo peligroso: Pobreza, violencia, crimen organizado, instituciones débiles, corrupción, discrecionalidad, estado de no Derecho, derroche, desempleo, abuso de poder, barbarie, impunidad.

Es así que hay que tener mucho cuidado y no apostarle a la gran tolerancia del mexicano. En lugar de preguntarnos qué tragedia será la gota que derrame el vaso, pongamos manos a la obra para evitar llegar a un punto de no retorno.

En La Lupa: Sacudir a México

Yo sí felicito a las nuevas generaciones de estudiantes que han tomado las calles en todo el País, que han levantado la voz demandando justicia.

Son precisamente los jóvenes quienes tienen la libertad de recordarnos que no les estamos heredando el País que se merecen. Por supuesto que deben salir, gritar, demandar y pegar el grito en el cielo. Claro que ellos no son los obligados a proporcionar soluciones, pero sí están obligados a exigirlas.

Bravo por nuevas generaciones más solidarias, bravo por generaciones menos indolentes, bravo por juventudes genuinamente dispuestas a sacudir a México.

A eso sí están obligados, a sacudir a este sistema.

Fuente: El Imparcial