“Hijo mío, hay tres cosas que siempre debes evitar en la vida: el fuego, las aguas profundas y el gobierno”. Ese fue el consejo paternal que recibió Rakesh Rajani, líder de la sociedad civil de Tanzania y uno de los impulsores de la Alianza para el Gobierno Abierto (AGA). A partir de esta semana México asume el liderazgo de esta alianza global entre ciudadanos y autoridades para promover la rendición de cuentas.

AGA no es un club de 64 países bien portados, sino más bien una plataforma o un proceso para avanzar las diversas agendas nacionales de transparencia. Como sostiene Martin Tisne: si AGA fuera un club, esto implicaría que sus miembros pasaron un examen de ingreso y una vez que se aprobaron los criterios de entrada ya no queda mucho por hacer. En cambio, el motor que anima la Alianza está basado en la legítima aspiración de que cada sociedad puede ayudar a mejorar la calidad y los resultados de su respectivo gobierno. El principal criterio de ingreso es la voluntad política para mejorar el actual estado de cosas.

Las exigencias de ingreso a AGA no son particularmente rigurosas. De los 196 países que existen en el planeta, cerca de 88 cumplen con los requerimientos mínimos para solicitar su participación. Argentina que no tiene una Ley de Transparencia y apenas hace unos meses engañaba a sus ciudadanos con cifras falsas de inflación de precios es uno de los miembros. México, quien hoy preside AGA, tiene un régimen de opacidad sobre el funcionamiento y las finanzas del Senado, la Cámara de Diputados y los congresos estatales. Estas 34 instituciones legislativas encargadas de discutir y aprobar las leyes de transparencia, tradicionalmente han eludido los propósitos y aspiraciones de estas normas.

Esta semana se lanzó la iniciativa del Parlamento Abierto en México. La iniciativa busca, entre otros objetivos, divulgar información sobre la gestión presupuestal, así como regular y transparentar los conflictos de interés de nuestros representantes electos. La función básica de un Congreso no es sólo redactar y ratificar legislaciones, sino también fungir como un contrapeso vigilante de las acciones del Poder Ejecutivo. Mucha de la corrupción que existe en los gobiernos estatales y municipales comienza precisamente con la debilidad o complicidad de los Congresos estatales.

Desde hace más de 10 años, Consulta Mitofsky ha medido el nivel de confianza que tenemos los mexicanos en 17 instituciones de nuestra vida pública. En esa década de medición, los diputados y senadores se han posicionado consistentemente en los últimos lugares de la confianza ciudadana. Parte de esa mala reputación derivaba de la percepción de que San Lázaro era un pantano de desacuerdos. Sin embargo, en los últimos dos años el trabajo legislativo ha destacado por su hiperactiva productividad. La aprobación de las reformas estructurales ha transformado la imagen de que el Congreso es un recinto para la siesta y el asueto. Sin embargo, todavía faltan evidencias para transformar el hecho de que el Poder Legislativo en México es un parámetro de opacidad. No sería extraño que la falta de transparencia sea uno de los factores que afectan la mala reputación de la carrera parlamentaria. Este será el último Congreso integrado por legisladores sin posibilidad de reelegirse. Ojalá también sea la última legislatura con ganado prestigio para la opacidad.

Durante el próximo año, México será un referente global en materia de transparencia y rendición de cuentas. La presidencia de AGA es una oportunidad para avanzar en nuestros rezagos y encarar nuestras vergüenzas. Una democracia que aspira a la transparencia no puede funcionar con un Congreso impermeable a la luz y el escrutinio ciudadano. El mejor ejemplo que México puede darle a AGA es demostrar que somos un país capaz de transformarse a sí mismo. Los malos usos y las peores costumbres que heredamos del pasado no tienen por qué ser un referente de nuestro destino.

@jepardinas

Publicado en Reforma